dimecres, 23 de novembre del 2011

25 DE NOVEMBRE: RECORDEM A TOTES LES DONES MALTRACTADES


EL ÚLTIMO COLOR DEL ARCO IRIS

Los restos mortales de Esperanza, iban a reposar en el nicho del patio siete del cementerio del Cabañal de forma eterna. El entierro comenzó a las nueve y media de una mañana fría, tormentosa. A esa hora el cementerio apenas había despertado al mundo de los vivos, sólo tres personas aguardaban junto a dos operarios del camposanto: el esposo que iba acompañado de los dos policías que lo custodiaban. Los rostros severos no dejaban traslucir ninguna emoción al respecto, nada, salvo vacío y olvido.
El cortejo fúnebre comenzó su recorrido por la calle principal. El sencillo ataúd de pino sin barnizar, cubrió el último tramo sobre la burrilla empujada por dos empleados. El nicho elegido estaba emplazado en la fila quinta, la que nadie quiere porque es la más alta y la más barata. En ese momento de quietud, no hubo responso por el alma de Esperanza, no hubo flores olorosas ni lágrimas de arrepentimiento. El último adiós estuvo exento de familiares heridos por la pena, de compañeros tristes, pero con sus corazones llenos de empatía, solo asistió el personal de la funeraria, su asesino, y los dos policías que lo custodiaban con sus brazos flácidos de intención y la mente ausente de la realidad.

Como si el cielo quisiera rendirle un tributo al cuerpo sin vida de Esperanza, comenzó a descargar su pena con una precipitación de agua que resultó inesperada. Llovió, como suele llover en el levante español, de forma torrencial y frenética, con una furia de truenos y relámpagos, que iluminaron el cielo con amenazas en esa mañana tétrica y preñada de injusticia. Desafuero y tropelía. La lluvia tornó la atmósfera cálida y  sofocante, el agua comenzó a recorrer las calles del cementerio, como si quisiera barrer el polvo del Mea culpa que había sido derramado en las grises baldosas del “ahora olvida y comienza de nuevo”.Pero no lloréis por Esperanza, es demasiado tarde.

 Ya no podemos tenderle una gota de agua con nuestro dedo, somos infieles renegados de la verdad como Lázaro, incapaces de calmar su sed de incomprensión, en el infierno a donde la hemos enviado con nuestra indiferencia. Con nuestro ego manipulado a sus gritos de ayuda, y que se quedaron inconclusos en el purgatorio de nuestros recelos. Reprimid los quejidos falsos, y ácidos de pedantería. Los lamentos que hemos escondido a los ojos de la verdad inquisidora. Fehaciente, para no sentirnos culpables, porque nada podemos ocultar en el mapa de la racionalidad hiriente, conocedora de nuestra apatía criminal, y de nuestra injusticia innata de conocer la barbarie, y mantenernos pasivos. Coartad o no vuestra libertad de mostraros horrorizados, pero no dudéis que otras mujeres nos van a necesitar en breve, y seguiremos estando allí para volver a ignorarlas.
                                                                                           A todas las mujeres asesinadas.





Fragmento del relato de Arlette Geneve 
Relato finalista en el certamen literario Carmen Martín Gaite 2009

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